Me conmovía siempre esa anciana vestida con el típico traje de princesa que iba al supermercado con su carrito de la compra. Las cajeras y los clientes, acostumbrados a su atuendo, la trataban con cortesía y la premiaban con sonrsas su originalidad. Cuando la encargada del Lupa sugirió renovar su ya marchito y raído traje, contribuí con un euro, como tantos clientes amocionados por la simpatía de la viejecilla. Esperé más de una hora aquel jueves para disfrutar de la carita de la anciana al recibir su regalo, como premio extraordinario a la clienta número 10.000 del supermercado. Mereció la pena.
Me conmovía siempre esa anciana vestida con el típico traje de princesa que iba al supermercado con su carrito de la compra. Las cajeras y los clientes, acostumbrados a su atuendo, la trataban con cortesía y la premiaban con sonrsas su originalidad. Cuando la encargada del Lupa sugirió renovar su ya marchito y raído traje, contribuí con un euro, como tantos clientes amocionados por la simpatía de la viejecilla. Esperé más de una hora aquel jueves para disfrutar de la carita de la anciana al recibir su regalo, como premio extraordinario a la clienta número 10.000 del supermercado. Mereció la pena.
ResponderEliminar¡Estupenda historia a vuela pluma! ¡Propongo un concurso de relatos cortos en colegio!
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